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martes, 29 de enero de 2013

La madre del muchacho que no era paciente.

 Extraída de MenceyMacro.

Hay una entrevista clínica que habitualmente me pone de los nervios.

Y es aquella típica en la que una madre acompaña a su hijo al médico.

Siendo éste el supuesto paciente.

Pero cuando hablamos de un hijo, no nos referimos a un niño.
No.

Nos referimos a un hombre como un camión de grande.

Un chaval de más de veinte años de edad.

Fuerte.
Bien desarrollado.
Con aspecto de una salud envidiable.

De esos que se encuentran por encima de la media en cuanto a talla.

Será más fácil que este tipo de visitas médicas ocurra por la tarde.

Ya que el chico en cuestión es casi siempre estudiante.
Con mayor o menor suerte en los estudios.
Que eso es lo de menos.


El asunto médico es, a veces, tan importante que el joven se salta las clases.
Con la connivencia de la madre.
Por supuesto.
Y en estos casos, las menos, las visitas serían por la mañana.


Una característica necesaria en estos pacientes es el sexo.
Siempre será varón.

Porque las chicas suelen ser más despiertas e independientes.

Y por supuesto menos manipulables.

Por tanto no proceden en este tipo de entrevistas.

La madre también presenta una serie de características particulares.

Suele rondar los cincuenta años.
Arreglada para la ocasión.
Manipuladora y verborreica.

Está en este mundo por una cosa.
Un sola razón.
Ella es la única que sabe lo que le conviene a su hijo.

Y ha llegado con una misión vital e importantísima al centro de salud.
Contar lo que tiene que contar.
Conseguir lo que tiene que conseguir.
Quiera o no quiera el hijo
 
Vayamos al grano.
Se abre la puerta.
Y, primero, entra el chaval en la consulta.

Pasa sin saludar y se sienta.

Esto se puede obviar a veces.
Porque el médico es el primero que da las buenas tardes.
A lo que el chico sí suele responder con educación.

Décimas de segundo detrás entra su madre.
Ella sí saluda.
Y también se sienta.

Tras confirmar quién es el paciente en cuestión, se le pregunta qué le pasa.

A partir de ahí toma el hilo de la conversación la madre.

Nos cuenta que su hijo come mal.
Está flojo y con menos fuerza de lo habitual.

Tras una mirada somera a los biceps hipertrofiados del muchacho, pregunto desde cuándo.

La madre sabe la respuesta.
Ya hace tiempo, nos dice.

Aprovecho que la señora tiene que respirar tras una frase muy larga para echar una nueva mirada al muchacho.

Vemos un chico acomodado en su silla.
Con la mirada perdida.
Pensando en cualquier cosa salvo en que se encuentra en la consulta del médico.

Intento orientar la entrevista hacia el joven.
Me dirijo a él.
Le pregunto que cómo se encuentra.
Cansado, dice. 

Se establece una conversación en la que el paciente contesta con monosílabos.
A veces ni eso.
Realizando gestos afirmativos o negativos ante las preguntas que le hago.

Respuestas que nunca aclaran la versión dada por la madre sobre su estado de salud.

Es habitual, además, que la mujer intente intervenir una y otra vez a pesar que utilizamos todos los conocimientos de comunicación verbal y no verbal para abstraerla de la entrevista.

Tras terminar una anamnesis confusa decido realizar la exploración.
E invito al paciente a ir a la camilla.

Exploración física completamente normal, como no podía ser de otra forma.

El chico vuelve a sentarse.
La madre no se ha movido en ningún momento de la silla.

No he empezado aún a decir que su mozalbete está como un roble, cuando esa madre saca lo que realmente ha venido a decir.
Su misión.

Que se le haga un análisis a su hijo.

Vuelvo a mirar al chaval.
Mirada abstraída de nuevo. 

Comienza un pulso.
El del médico con la señora que engendró al paciente.

Pulso en la que, por supuesto, el médico tiene mayores argumentos para convencer de la no necesidad de hacer un análisis absurdo a un chico sano.

El chico estupefacto ni apoya ni deja de apoyar a su madre.

Tras mucho esfuerzo y conseguir no realizar un análisis que sería totalmente inefectivo, la madre sale un poco contrariada.

El hijo no.

La madre sabe que ha perdido una batalla, pero habrá más.

Y estará mucho mejor preparada para la próxima.

Eso es seguro.