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martes, 28 de septiembre de 2010

Las gafas

Voy a publicar hoy una anécdota real que me ocurrió hace ya la friolera de 9 años.

Se las envié entonces a "Gomaespuma" y tuve el honor que la contaran en su programa de radio.

Me enorgullezco de ello. No es un artículo publicado en el "New England Journal of Medicine" pero...
La cuestión es que en aquel momento era residente de tercer año de Medicina de Familia en el Hospital de Osuna. Último año del MIR de Familia entonces, ahora, son cuatro años (algún cónsul de algún que otro país africano debería informarse).
Bueno como venia diciendo era R3 y estaba por entonces realizando una guardia de observación, cuando entró un ingreso.
Me comento un R2 desde la puerta que tenía (no la tenía él, es la forma que nosotros tenemos de hablar) una paciente con un dolor torácico típico de cardiopatía isquémica.
Bueno, un ingreso de los que no rechistan ni el residente ni el adjunto.
La señora era una mujer de unos sesenta y tantos años, pelo corto rubia sin presumir, y que a partir de ese momento todos le llamaron cama 4.

Impresionante la "cosificación" hospitalaria.
A diferencia de en Atención Primaria dónde las personas tienen nombres y apellidos, y a veces hasta amistad con el profesional que le atiende, en un Hospital cuando postras tu trasero en una cama te difuminas en ella hasta adquirir el número y la habitación dónde ésta se encuentra.

Pero vayamos al grano, tras el ingreso de la cama cuatro, me dispuse a "aliñar" a dicha cama para que fuera recuperando.
Como "aliñar" se entiende la administración de fármacos según un protocolo establecido que se ha determinado efectivo(¿seguro?) para la mejoría o curación de una enfermedad.

Tras observar que desaparecía el dolor torácico, me olvidé de la cama 4, ya controlada, para atender otras camas que poseían pacientes más críticos.

Hay que tener en cuenta que sería entonces las 13 horas.
Tras el almuerzo caí en la cuenta que mis gafas no estaban dónde se suponen debían estar; ésto es encima de mi nariz.

Comencé a buscarlas por todos los lados, en el despacho donde se realizan los informes, en las consultas de urgencias, hasta en los servicios.
No hubo manera. No aparecían.

Durante toda la tarde estuve preguntando a auxiliares, celadores y enfermeras sin ningún éxito.

La cena es el momento en el cual se deja entrar a los familiares de las camas de observación para que los vean y les acompañen en la administración de la comida.

Pues en ese momento, sobre las ocho y pico, me dice la enfermera de observación ante las risas de los muchos presentes:
-Gilbertman, ¡toma tus gafas!
-Ah, gracias ¿Dónde estaban?
-Te las dejaste en la tablero de la cama 4 cuando hiciste su historia clínica. Yo que pasé, y que no sabía que eran tuyas las cogí y dije:
-¡Señora, póngase sus gafas!.
La señora tuvo puestas durante 6 horas las gafas, y cuando llegó su hija le
preguntó:
- Mamá, ¿y esas gafas?
- Yo que sé niña, (contestó la señora) llegó una enfermera y me las puso.
- ¿Y Tú no dijiste nada?
- Yo me callé pensé que serían parte del tratamiento.
Después la hija me llamó y me dio las gafas, le pregunté que si no eran suyas.
Tras contestar que no le dije que entonces debían ser las del médico.

Rápidamente me di cuenta que toda la tarde había visto a la cama 4 con unas gafas muy parecidas a las que yo poseía. Pero fui incapaz caer que en realidad eran las mías.

Tras las risas de rigor, cortitas, ya que en Urgencias se trabaja mucho, me planteé dos moralejas:

1ª Soy muy despistado. Y sobre esa fecha aún lo era más.
2ª En un Hospital los pacientes se dejan hacer cualquier cosa. No protestan. Intentad probar ponerle unas gafas a alguien en un Centro de Salud.

Curiosamente, esta historia se ha convertido en leyenda urbana y la gente la cuenta como propia, inventado y adornando a su gusto desde principio a fin.
No me importa,es más,incluso me gusta.

En el culmen del surrealismo, he llegado a escuchar a alguna persona contándomela a mí.

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